Que magnífica forma de mezclar los colores del infinito, no cabe la menor duda de que nuestro Poder Superior, sea quien sea en cada quien crea, nos da la oportunidad de contemplar el cielo azul del medio día con el sol en su máximo poderío de calor y brillantez, disminuyendo su calor y tomando un solo cuerpo con los rojos cálidos y oscureciendo la bóveda celeste, dejando ver al astro rey que se confunde con el horizonte, y renacer nuevamente en la iluminación radiante de un nuevo día.
Este maravilloso espectáculo, que por tan cotidiano e inmenso, ningún ser humano valoramos adecuadamente, es la obra primera y más grande del universo: “Hágase la luz”, y la luz se hizo. La rebeldía que corroe mi alma es por eso, ¿Por qué los invidentes y débiles visuales estamos condenados a dejar, algún día, de gozar de semejante belleza creada por el mismo Dios? Él es justo y misericordioso y no creo que en su plan de vida para los mortales invidentes exista el castigo; por lo tanto me lleva a reflexionar sobre lo que me pasa.
En ocasiones caigo en un estado depresivo tan pesado, que parece que mi sangre y mi piel se derriten como cera al calor de una candela. El calor de la flama que no quema; pero que te consume y líquido que esparce su esencia en el interior del alma sin derramarlo al exterior. Pesa tanto el tiempo cuando vivo y paso por la vida sin vivirla, tal parece que Cronos me castiga con su presencia y me obliga a sentirlo inmóvil sobre mi alma. ¡Oh! Lucidez no me abandones.
Ella se niega a prestarme ayuda, me dicen que mi locura del escurrimiento, todo son sombras, ando sin camino, me poso donde no hay suelo, no hay piedras, no hay nada; esto es una y otra y otra vez. En mi loca depresión, siento que me desgasto sin perderme y me absorbo al mismo tiempo por lo que no desaparezco sino que debo renacer de mi propia pobreza de espíritu.
Tengo que salir de aquí o desaparecer, no sé si soy materia o esencia. Me impulso y veo la luz, pero es solo un instante, me pesa más el sentir que pierdo, sentir que flotan los ojos, se me cierran, no puedo más, solo sombras, sombras, sombras.
Jorge Enrique Rodríguez.
2 de diciembre de 2005.