No pretendo hacer una historia de espantos como muchas, lo que quisiera es lograr que cuando terminen su lectura, la expresión de su rostro sea: “Es posible” y no ¿Será posible?

Nos ubicaremos conduciendo hacia Culiacán, saliendo de Hermosillo a las cinco treinta horas, revisando el nivel del tanque de gasolina, salí sin mayor problema; en Sonora las carreteras se distinguen por tramos muy largos y rectos, despertando en muchos el demonio de la velocidad, y en otros precavidos, el ángel de la prudencia.

Bien sigamos con lo nuestro; salí rumbo a Culiacán y al llegar, quedé estupefacto; ¿Cómo, ya llegué? ¿En qué momento pasé por la Bahía de San Carlos? ¿Y la curva de Santini? Sentí que los cabellos se me ponían de punta, los kilómetros recorridos y la hora, me daban un promedio de 125 kilómetros por hora; ¿Cuántos tráileres pasé? No vi ninguno, eso no es posible; la carga va de norte a sur y de sur a norte y a gran velocidad; si me dolió el estómago, ¿Quién me custodió? ¿Un ángel o un fantasma?

De regreso a Hermosillo fui a visitar a un amigo psicólogo, le explique todo lo que pasé y al final de la plática, me preguntó ¿Eres creyente?, mi respuesta fue que sí.

– Entonces dale las gracias al Espíritu Santo, porque ese día hubo una carambola en la curva de Santini; dos tráileres chocaron de frente y se llevaron en medio un auto de la misma marca que el tuyo ¿Qué no sabías?, murieron tres personas, el conductor y sus dos acompañantes.

– Escucha doctor, ¿Quién pudo cuidarme, un ángel o un fantasma?

Realizaba un viaje hacia Acapulco, acompañado por uno de mis hermanos y mi abuela; serían como las cuatro y media de la tarde cuando salimos a la carretera, por la caseta cerca del colegio militar, prolongación de calzada de Tlalpan; empezamos a devorar kilómetros, pasamos Cuernavaca y al inicio de la subida a la sierra de Morelos, un auto ya modelo antiguo y repleto de gente, que en el medallón se veían dos caritas de niños muy risueños, pero muy vulgares, lo noté por las señas que iban haciendo.

Nos rebasaron y se carcajearon los tripulantes de aquel vehículo; un poco más adelante los pasamos nosotros, no quedándose tranquilos volvieron a hacer lo mismo, pero cometieron el error de hacerlo por el lado derecho y en curva no alcanzando a ver nada frente a la carretera; esto lo realizó dos veces más y en el kilómetro 158 a la altura de Iguala, se vio una curva de bajada y a la izquierda; yo conducía por el carril derecho y en un momento el conductor del otro auto me rebasó por la izquierda aumentando considerablemente su velocidad.

La carretera es de dos carriles, cuando vimos que apareció frente a nosotros un autobús por el carril izquierdo, mi reacción fue cambiar la velocidad y salir lo más rápido posible del carril; la maniobra fue imposible porque el auto que nos estaba rebasando estaba cargado a la derecha y me golpeó la carrocería en la parte trasera; el autobús lo embistió de frente y el encuentro fue horrible.

Me detuve unos 20 metros más adelante; el cuadro fue espantoso, no se escuchaba ni un quejido ni llantos ni lamentos; la sangre fluía bajo los escombros del vehículo que quedó destrozado, humanamente no había nada que hacer; levante las molduras del auto, regrese al vehículo y continué mi camino; di parte en la caseta de cobro de Iguala y continuamos nuestro camino; mi abuela recibió un golpe en el hombro contra la ventanilla y mi hermano como buen yucateco solo dijo:

– ¡Mare!

– Yo exclame ¿Ángel o fantasma?  ¿Qué fue?

Esta ocasión fue más sencillo, a la salida de la ciudad de León Guanajuato rumbo al Distrito Federal, justo pasando el primer puente y a la salida sobre la carretera, estaba un desnivel como de dos metros de altura y en contra sentido en la circulación.

Yo tengo la costumbre desde siempre al inicio de algún viaje, elevar mis oraciones poniendo mi vida y camino en manos de mi Padre Dios; sin darme cuenta de cómo o por qué se me atoró mi anillo en las llaves del motor, desesperadamente tratando de destrabarlo, con un movimiento violento di un volantazo hacia la izquierda que provocó que brincara la línea de protección y caer en el carril contrario; inexplicablemente no venía ni un solo vehículo, teniendo oportunidad de controlar mi auto y regresar a mi carril; ni un rasguño en mi persona ni daños en mi auto, lo que si he de confesar con todo respeto, que me sudó hasta el sur de mi humanidad. Solo pude exclamar ¿Ángel o fantasma?

Jorge Enrique Rodríguez.

19 de marzo de 2013.

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