Un acontecimiento sobrenatural.

En uno de mis múltiples viajes por los caminos de la República Mexicana, y obedeciendo a mi espíritu de aventura y el deseo de conocer lugares que no estaban en mi haber, decidí pasar de Veracruz a Puebla; pero desviándome por la sierra norte de Puebla. Por una descompostura del auto, tuve que dejarlo a reparación y volver por él la siguiente semana.

Abordé un autobús de segunda clase de los llamados guajoloteros, todo era mejor que pasar varios días en ese pueblo. Me senté en el asiento de atrás del conductor, a la derecha de su espalda, junto a la puerta de acceso. Me preparé con tortas y agua fresca de sabor mango, pues nos avisaron que no nos detendríamos a tomar alimentos en sitio alguno. Por fin, a las 13:30 hrs, media hora más tarde que la hora anunciada, salimos.

Nunca falta el amiguito que se le pega al chofer y se sienta junto a él y se la llevan platicando. Los que estábamos cerca, nos enteramos que tenía problemas con su mujer, que como viajaba mucho, ya le había caído dos veces, y le dijo que para la próxima, los mata. Según lo que le contaba a su compañero de viaje, tenía un par de “amigas”; pero eso no le daba ningún derecho a su “ñora”, le decía, por eso soy hombre, o ¿no? Total que se pintaba como lo que según él, era un macho. También le vociferaba a su compadre, como el chofer llamaba a su amigo, que tenía una hija de 15 años que no estaba seguro que fuera de él. También le contó que la quinceañera, ya no era… tu sabes, no tan niña. Se la pasaron cotorreando todo el viaje, que el novio de la chica es el ayudante del chofer del carro 220 y hacía casi un mes que se fue a trabajar a Puebla.

Tocaron un tema muy delicado; pero ni por eso bajaban la voz.

– Escucha compadre, que vamos a hacer con la “lana”, la semana siguiente me van a revisar la caja de ahorros y no hemos devuelto nada, ¿Qué hacemos? Son quinientos grandes ¿de dónde?

– No te apures yo me encargo.

Al decir esto, el compadre esbozó una mueca, simulando ser una sonrisa maléfica, muy malintencionada.

– Yo me encargo, tú olvídalo.

– Cambiando de tema, mi querido compadrito. Habla el compañero de viaje:

– ¿Te acuerdas de la vieja que le volaste a un chofer de la línea de Acapulco?, ¿Supiste por fin quién era su marido? Porque a ella le dieron cuello, y se dice que fue el marido por infiel.

– Sí, sí me acuerdo, por eso me vine a esta línea y ahora vivo en Puebla.

– Ya ve compadre, todo se paga, mi vieja ya me coronó; me la va a pagar, no tiene… cuídese compa, no vaya a ser que se le aparezca el chamuco con el marido de la muertita.

– Después de tantos años, no lo creo.

Después de estas palabras el chofer y su amigo guardaron silencio y el operador se dedicó a lo suyo, como ellos dicen: “clochazo, segundón y volantazo”, vaya dialecto.

El reloj de pulso que llevaba marcó las dieciséis treinta horas y todavía no se alcanzaba a ver el Valle de México, teníamos ya una hora de retraso. Todos los pasajeros, empezaron a disgustarse con el chofer, pero él, no decía nada, ni una disculpa, ni aclaración, situación que alteró a dos o tres pasajeros y se expresaron en forma soez del chofer y de la línea.

Por fin llegamos, un viaje que debió llegar a las tres de la tarde, llegó a las siete, cuatro horas de retraso. El conductor, con su reporte del viaje en la mano, descendió del autobús y yo bajé tras de él; pasando por la sala de espera, el señor se dejó caer pesadamente en una de las bancas para los pasajeros y soltó los papeles y quedo inmóvil, con los ojos abiertos.

De inmediato un médico de la línea lo atendió, yo me quedé por curioso. El señor galeno le informó al delegado, con una cara de duda que no era común:

– Éste hombre está muerto, y el “rigor mortis” nos indica que falleció hace DOS HORAS.

El compañero de viaje, con una pequeña maleta deportiva, se aleja en silencio.

Hubo un silencio tan helado como el propio fallecido; pero una pregunta quedó en el aire: ¿Cómo llegamos?

Los creyentes diremos: “Solo Dios sabe”.

Jorge Enrique Rodríguez.

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