En una provincia en la que ya se ven los signos de la modernidad y adelantos electrónicos en las comunicaciones; sin embargo esto no ayuda a que todos los seres humanos sean felices.

En el centro cívico de dicha provincia, emerge un bello edificio moderno; en el último piso hay una oficina muy amplia y lujosa, quien la ocupa tiene a su alcance todos los recursos modernos para estar bien informado de todo lo relativo a sus actividades. El hombre, bien vestido con un traje de excelente corte color azul acero, corbata azul claro con pequeñas figuras de búhos, pero con un rostro que a pesar de su varonil apariencia, parecía que estaba a miles de kilómetros de distancia, ¿Qué estará pasando? Intentemos penetrar en la mente de Encio Galetti, ejecutivo italiano, oriundo de Toscana. Penetraremos en su yo interno.

Recuerdo cuando te conocí, sacudiste mi mente y mi espíritu a pesar de ser una joven estudiante y como tal, tu apariencia de acuerdo al estilo de los hippies que era la moda de los jóvenes universitarios, pantalón negro amplio, suéter negro largo a las rodillas también; pelo largo hasta debajo de la cintura, pero eso sí, se notaba muy limpio y bien peinado.

Cuando te vi llegar a la oficina en donde yo trabajaba, pareció que me dio un gran toque eléctrico, pasaste a la oficina del gerente; la mayor sorpresa fue para mí cuando te asignaron a mi departamento, nada menos que como mi asistente; ¡Fue maravilloso!

En aquel momento, yo era subjefe de actuarios y me pasaron tu expediente para hacer el reporte del primer mes de trabajo; que sorpresa la mía al comprobar que tenías conocimientos suficientes para ocupar ese puesto; era lógico, llevabas la misma carrera que yo, actuaría; así que la relación laboral se dio a las mil maravillas; salíamos a comer juntos, nuestro departamento empezó a sobresalir y la primera convención que llegamos juntos, recibimos los nombramientos de gerente de área y tu ocupaste el puesto que yo dejaba vacante. Nuestra relación de trabajo mejoraba, aunque un poco distante debido a que tenía que salir constantemente a las sucursales a realizar auditorías; para ese entonces ya estaba muy enamorado de ti, no quería decirte nada por dos razones muy poderosas; una, sentía un místico respeto hacia tu persona y la otra, porque yo estaba casado; ella no merece una traición y a ti te amaba tanto que no quería faltarte al respeto; estaba viviendo un infierno a las puertas del paraíso.

Poco tiempo antes de que presentaras tu examen profesional, supe que te ibas a casar, tú me lo dijiste; me partiste el corazón, solo que yo como tú amigo tenía que felicitarte, mi cara sonreía felicitándote pero mi corazón se desgarraba. Ese día comimos en “La Mansión”, ¿recuerdas? Tu y yo solos, tu feliz y yo como Garrik, reír llorando; no me invitaste a la boda, ni modo. Supe que se establecieron en Israel, tu esposo es catedrático de la universidad; tú también llegaste al magisterio en Europa; te felicité de corazón, tú ya me has de haber olvidado yo no he podido; en mi negocio que es una editorial, tu rostro es el logotipo de identificación, pronto los vas a conocer, mis libros llegarán a Europa.

Recuerdo con gran respeto la ocasión que nos invitaron a la casa del director general en la Toscana ¡Qué sorpresa!, tú ibas con tu ropa habitual, suéter y pantalón negros, visiblemente muy amplios; al salir a la alberca me quedé estático de emoción como escribió un notable poeta “¡Qué belleza, digna de un artista escultor!” sentí que el corazón rompería mi pecho, todos mis sentidos se alteraron, no sabía si huir para no caer en la tentación o correr para abrazarte, besarte y aspirar tu esencia para no dejarte ir nunca más; por respeto a mi familia y a ti misma, no hice nada más que tirarme a la alberca y nadar; nadar y llorar de impotencia, que mis lágrimas se confundieran con el agua para no delatarme.

Encio Galetti viviendo en su mundo, se olvidó del lugar y la hora; el llamado en su puerta lo sustrajo de sus recuerdos regresándolo a la realidad.

– Señor Galetti, su puerta estaba abierta (la recién llegada se acerca al escritorio y continúa su diálogo).

– Señor Galetti, se siente bien.

– Sí, si estoy bien, (levantando el rostro, sus ojos a punto de humedecer sus mejillas).

– Solo fue la ausencia en el privado por unos minutos (comenta el señor Galetti a la señorita Rossete).

– Perdone señorita Rossete, solo le solicito mucha discreción.

– No se preocupe señor Galetti, ¿a qué se refiere?

– Solo vine a traerle estos convenios para que les dé el visto bueno y turnarse a su ejecución.

– Gracias Rita, perdón señorita Rossete.

– No hay problema, señor Galetti.

– Por favor comuníqueme con mister Braun de Imperial Mineral Chemical y hágame las reservaciones necesarias para mi asistencia en las fechas de mi participación; me gustaría que me auxiliara en aquella ciudad.

Mientras tanto, en algún lugar del mundo; Clarissa Lombardi, hija única de Ricco Lombardi, capo mayor de la familia Lombardi italiana, compañera de Encio Galetti en Oxford University; la noche de graduación, ambos jóvenes se pusieron de acuerdo y deciden hacer el viaje del grupo y celebrar la terminación de sus estudios. El itinerario era pasar por el Canal de la Mancha, bordear Portugal y el sur de Francia y por el Mar Mediterráneo para desembarcar en algún puerto de Italia en el punto que deseara cada persona. Se desembarcaría en el muelle particular propiedad del “Ricco Financiero” de Enrico Berlucci. El paseo no terminó bien, el banquete de despedida fue interrumpido; el yate “Henry VIII” fue abordado por una gavilla con veinte maleantes y se llevan a Clarissa Lombardi, según el aviso verbal que dejaron fue: “Tenemos los datos familiares de todos ustedes, si dan aviso a los Carabiniri, no van a cumplir su próximo aniversario”. Nunca nadie supo más de Clarissa Lombardi, por lo que todos los integrantes de esa generación pensaron que fue su propio padre quién la sustrajo; quién más lo ha sentido sin duda alguna, fue Encio Galetti, nadie se imaginó por qué.

Navegando lentamente sobre el Mar Mediterráneo, en una de las cenas que se realizaban dentro del itinerario del paseo, Clarissa y Encio, se retiraron sigilosamente y tomados de la mano, caminaban paso a paso hacia la popa, en donde tomaron asiento en un pequeño mirador, la luna lucía en todo su esplendor, parecía invitarlos a la meditación o al amor. Callados ambos y solo miradas temerosas de ser descubiertas; sorpresivamente Clarissa le pregunta a su acompañante:

– Encio, ¿no te gusto? (Encio no supo que decir, solo se le quedó mirando).

– ¡Encio, despierta!, ¿Te gusto?

– Desde el momento en que entraste a la oficina del rector, no he olvidado la escena, por un lado, la cara de furia de tu padre, que me miró como diciéndome ¡Cuidado! por otro lado tu angelical rostro que no he olvidado nunca.

– Entonces bésame Encio.

Fundieron sus labios en un beso que parecía eterno; fue un beso largamente esperado y sentido en los corazones y cuerpos de ambos seres. La luna parecía entender la situación y discretamente se escondió en una nube que fue cómplice de los enamorados. Los primeros rayos del sol los sorprendió uno en brazos del otro y el mensaje del altavoz que llamaban a los jóvenes; sus compañeros no sabían en donde andaban, ¿Dónde están ellos? En la cena de esa noche, un día antes de desembarcar, sucedió al abordaje de los facinerosos.

Nuevamente la señorita Rossete le interrumpe de sus recuerdos.

– Señor Galetti su portafolio; en diez minutos le necesitan en el ambón, (le recuerda la señorita Rossete).

Encio Galetti se dirige al salón del pleno, se detiene en un gran ventanal con vista al mar abierto, deja que la vista y el pensamiento se expandan hacia su pasado, “¿Qué sería de ella? ¿En dónde estará ella?”.

-Señor Galetti, dos minutos. (Encio apresura el paso y llega al pie del estrado).

– Como último participante en esta junta mundial por el título de consultor global de la industria alimenticia animal; tengo el gusto de presentarles al magistrado Encio Galetti.

– Agradezco infinito a mi amigo Rómulo Trenti por la presentación, espero algún día merecerla.

– Señores miembros del comité mundial de asociaciones avícolas, porcinas y ganaderas; por haber permitido mi asistencia a este grupo; gracias.

– Todos nosotros hemos sido testigos de que nuestra industria ha ido aumentando en forma inusitada; más lejos de nuestras expectativas, afortunadamente hemos sabido salir adelante, hemos perfeccionado sistemas de producción, los veterinarios han controlado enfermedades que antes nos aniquilaban, ahora aún con menos operarios, hemos… (En ese instante entra al salón del pleno una bellísima mujer, acompañada de una joven igualmente bella).

– Señor Galetti, puede continuar por favor.

– Por favor, disculpen ustedes, me quedé petrificado.

– Entendemos el motivo, siga usted.

– No cabe duda, existen detalles que detienen el tiempo, ¿en qué me quede?, ah sí, continúo.

– Debemos de tomar en cuenta y agradecer de forma muy especial a nuestros grupos de médicos veterinarios, tanto a los elementos de campo como a los de investigación un gran reconocimiento a cada uno de ellos; nunca dejaremos de mencionar a nuestro equipo de administración… (Así la intervención del magistrado Galetti duró cincuenta y dos minutos).

– …Por lo anterior, deseo agradecer al consejo directivo el haber seleccionado nuestra sede en Roma, para la celebración de nuestra convención anual. Muchas gracias (se escucharon aplausos que duraron 3.5 minutos).

– Felicidades magistrado Galetti; ahora le será entregada la responsabilidad de su nueva encomienda de manos de… (En ese momento aparece en la entrada del foro, aquella mujer bellísima que le provocara una distracción cuando llegaba al salón del pleno)… la magistrada Clarissa Lombardi; bienvenida señora magistrada.

El impacto de una granada de fragmentación no hubiera logrado el efecto que la dama le causara; se quedó inmóvil, pálido, como un difunto; soltando la carpeta de su presentación; su computadora hubiera sufrido un problema mayor si no es rescatada por la señorita Rossete, antes de caer al suelo quien lo hizo reaccionar.

– ¡Cuidado maestro!

La magistrada Clarissa Lombardi presintió algo extraño preguntándose. ¿Quién es este hombre? Tengo la impresión de conocerle pero, ¿De dónde?, ¡Pero claro! ¡Oxford University! ¡Yate Henry VIII! ¡Qué sorpresa!

Al hacer la presentación, ambos se abrazan, se acostumbra dar y recibir dos ósculos, uno en cada mejilla, el primero ella pregunta:

– ¿Te sigo gustando?

– Nunca te he olvidado, (contesta el), eternamente.

– Señores magistrados, ¿podemos continuar?

– Señores miembros del grupo financiero de mayor prestigio en el mundo; deseo presentarles al nuevo conductor de nuestras negociaciones el magistrado Encio Galetti.

– Al mismo tiempo nos lamentamos de informarle que la gentil magistrada Clarissa Lombardi, quien nos ha colocado en el sitio que ocupamos, ahora entrega su cargo; muchas gracias. Hacemos entrega en presencia de ustedes y del nuevo representante, su reconocimiento firmado por los miembros activos del consejo global de administración y un cheque por la cantidad de un millón de euros; esto de ninguna manera como liquidación sino como premio a su esfuerzo y su enorme talento. “Magistrada Lombardi, muchas gracias”, “Magistrado Galetti, bienvenido”.

Bien dice la Santa Biblia “El amor es paciente”; el magistrado Galetti no se enclaustró en las sobrias oficinas de las empresas financieras, sino que acostumbra salir a dar un paseo en el parque cercano y leer o interactuar con las personas; curiosamente esa tarde leía “El espíritu de las leyes” de Montesquieu, la parte correspondiente al origen de la ley del impuesto sobre la renta en México.

Como a las seis de la tarde, sintió que alguien se detiene frente a él y le dice.

– Buenas tardes, así que tú eres Encio Galetti.

Levanta la vista y ve a una joven, que de inmediato le recordó su vida universitaria.

– ¿Quién eres tú? ¿Cómo sabes mi nombre?

– Mi nombre es Clarissa Galetti, hija de Clarissa Lombardi.

Encio no sabía que decir; el nombre de la joven, su rostro, sobre todo el nombre de su madre; no lo creía, no era posible.

– ¿Cómo supo dónde encontrarme?

– Señor Galetti, veo en sus ojos muchas dudas, solo lo vine a conocer y darle esta dirección, ahí lo esperan a las seis de la tarde; se encontrará con mi madre, esperamos que no falte; aun no siento júbilo por conocerlo, con permiso.

La impresión que se llevó el magistrado Encio Galetti, fue de grandes proporciones, pálido, con las lágrimas a punto del derrame, se le notaba por el temblor en sus manos con la tarjeta que la joven Clarissa le entregara; Montesquieu entre abierto quedó en el suelo. Toda aquella presencia de hombre importante con pleno dominio de sus facultades, quedó vencido por el posible encuentro con el amor de juventud y lo mejor, una hija. Tardó unos minutos en reaccionar, volteó a todos lados, era imposible ver hacia donde partió Clarissa; sonó el reloj del parque, ¡Qué barbaridad! ¡Falta una hora para la cita! Poniendose de pie sale a toda prisa.

Dando la primera campanada de las dieciocho horas en el reloj del mismo parque donde se encontraron la señorita Galetti y el magistrado; este llegaba a la puerta del despacho central y un edecán le pregunta:

– Caballero, ¿Tiene usted cita con la gobernadora?                    

– Sí, soy el magistrado Galetti.

– Pase por favor magistrado Galetti, (dijo Clarissa Lombardi).

– ¿Gobernadora?

– Pase por favor, (al cerrar la puerta, dos guardias se pararon en la puerta para custodiar el recinto).

Una vez aislados del mundo oficial, se tomaron de las manos, se miraron a los ojos y sin mediar palabra alguna, se obsequiaron un abrazo tan largamente esperado; queriendo fundirse en un solo ser, lloraron como dos niños. En el amor no hay tiempos, puede durar un suspiro o toda una eternidad.

– Hay tiempo para llorar y tiempo para reír, seca sus lágrimas que nuestro tiempo ha llegado, sentémonos a platicar; ¿Qué paso el día del secuestro? ¿Quién fue? ¿Por qué a ti? ¿Clarissa de quién es hija? ¿Por qué lleva mi apellido?

– Si Clarissa es tu hija, no he conocido a ningún otro hombre, solo a ti; nunca le he falseado los acontecimientos, sabe lo del secuestro y de nuestro amor en el “Henry VIII”.

– Amor mío. (Le dio un beso en la mejilla).

– El secuestro fue ejecutado por un enemigo de mi padre de la familia Rossi. ¿Sabes a qué se dedicaba?

– Shhh, no hay caso que lo digas, ya lo sabía.

– Gracias amor; Rossi quería obligar a mi padre a entregarle su territorio; mi padre acabó por entregar el territorio y ambos tomamos la decisión junto con la servidumbre de irnos a vivir a Escocia.

– ¿Cómo les fue por esos rumbos?

– En el mismo barrio vivía la familia Rossi, desgraciadamente mi padre y Rossi se encontraron en un campo de tiro, ahí tuvieron una confrontaron y ambos murieron.

– Lamento mucho tu pérdida, ¿Y la niña?

– Hizo sus estudios propedéuticos en Escocia y ahora sigue nuestro ejemplo, en la Universidad Salesiana; Encio te invito a desayunar.

– ¿Desayunar? Pero si ya es hora de la cena, yo te invito a cenar, ¿Y la niña?

– Es residente en la universidad; permíteme un momento y nos vamos.

Un periodo de dieciocho años es una dolorosa eternidad para dos seres que fueron abruptamente separados, sobre todo por lo traumático del hecho, dado que para ellos había sido un viaje de luna de miel.

El salón comedor está lujosamente decorado dado el alto rango de los personajes de quienes se trata; en el pequeño escenario, un cuarteto de cuerdas ejecutaban obras de Antonio Vivaldi iniciando su actuación con “Las cuatro estaciones”, mientras que los tórtolos inician su conversación.

– Después del secuestro, me llevaron hasta Sicilia en la residencia Rossi; ahí estuve diez días y fue cuando mi padre aceptó la condición del intercambio y regresé a la casa Lombardi.

– Cuánto debiste sufrir amor. ¿No te hicieron daño?

– No me pasó nada; después de la muerte de mi padre, hubo un cisma en las cabezas de territorios y el “Padrino” puso el remedio a su manera, no te imaginarías; quede sola y mi embarazo ya era visible; el “Padrino” me tomó a su cuidado y cuando nació Clarim comencé a trabajar en sus empresas; ya vez hasta donde he llegado.

– Felicidades, eres un ángel; ahora hablemos de nosotros.

– ¿No te has casado?

– No, a mi doncella la habían raptado, pero ahora ha vuelto radiante de belleza.

– Adulador; a propósito ¿me acompañas a la celebración de fin de cursos en la Catedral de María Auxiliadora?

– ¡Por supuesto! Con una condición.

– ¡Ah, la que tú digas!

– Las invito a comer, esto amerita algo especial, porque hay algo más.

– ¿Qué es?

– Es una sorpresa.

– No cambias ¿Verdad?

La celebración de la eucaristía fue muy conmovedora, la homilía trató sobre la integración de la familia y la mutua ayuda en los cónyuges sobre todo en la educación de los descendientes; cuando escucharon estas palabras sus manos se estrecharon fuertemente; desde el presbítero Clarissa no perdía de vista a su madre y las miradas tan expresivas de ella con Encio. Al terminar la celebración, se inicia la entrega de certificados y menciones honoríficas especiales; el discurso de fin de curso por sus méritos académicos le fue asignado a Clarissa Galetti Lombardi; lo tenía preparado en un escrito de seis páginas, sin embargo se concretó en dos puntos.

– Estimados profesores, queridos condiscípulos, ustedes saben que he librado una búsqueda incansable de mi padre durante muchos años; tengo la felicidad de compartirles que lo he encontrado y con orgullo les presento a Encio Galetti “Mi padre”.

Gritos de júbilo, lanzando sus birretes al aire, besos, abrazos, lágrimas, felicitaciones, confusión entre los jóvenes dentro de ese griterío; Encio le dice a Clarissa al oído:

– ¿Te casarías conmigo?

– Loca estaría si te dejo ir, ¡Claro que sí!

En ese momento hermoso de la petición y gozosa aceptación, ven acercarse a Clarim luciendo su larga toga y birrete color azul escogido para esta generación; observa a sus padres felices y se une al regocijo en un abrazo en el que se funden tres vidas que habían sido abruptamente separadas.

Jorge Enrique Rodríguez.

11 de agosto de 2014.

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