(Esta historia me la compartió el protagonista, autorizando su publicación).

Me está siendo difícil el inicio de este escrito, por el contenido del mismo. Tengo la idea clara del final, pero no del contenido apropiado; voy a esperar unos días para ver si logro madurar mi boceto sin alterar el final.

En el año 1933 un huracán denominado “Sam” azotó las costas del Golfo de México, causando enormes desastres en el puerto de Tampico. Coque y su familia vivían al otro lado del rio Pánuco, el poblado se llama Pueblo Viejo; les tocó la peor parte, perdieron su casita, sus animales y un alambique; con el producto de éste la mamá grande sostenía la casa y el negocito. Durante el desarrollo del huracán en una clínica de la SSA nacía Coque, el protagonista de este relato; esperaban al ginecólogo pero no llegaba, la mamá tuvo que ser atendida por una “comadrona”, el médico llegó como quince minutos después ¡Ah Coque ya merito!

Coque era un niño muy bien parecido, a los dos años lucía su pelo en caireles que le llegaban a la nuca, tez blanca, ojos color almendra, barbipartida, educado por tres mujeres quienes lo mimaban demasiado, lo que al tiempo hizo de él un chico muy vanidoso. La mamá de Coque era mesera de un restaurante famoso de la Cuidad de México llamado “La Principal”; la tía era contadora de una zapatería prestigiosa próxima a casarse con un mecánico; la abuela tenía un taller de costura y hacia los uniformes del restaurante. En ese tiempo, el niño se puso muy grave, el mismo nunca supo de qué, a falta de dinero no lo llevaron con los médicos fueron con una hierbera (¿bruja?) Coque nunca supo como pero lo salvó; llegó a tener más de 40 grados de temperatura, ¡Coque… ya merito!

A los doce años ya estaba en el primer año de la secundaria en la escuela Rafael Dónde; había una alberca semi olímpica; se contaba que habían sucedido dos accidentes a dos internos; la alberca estaba en medio de los dormitorios, vestidores y baños de los chicos, había un pasillo como de tres metros de las paredes de los edificios a la orilla de la piscina; el primer jovencito se creyó águila y quiso volar, le fallo por unos centímetros y dio con la cabeza en la orilla de la alberca; el segundo joven resbaló en las gradas del lugar, se había salido desnudo y mojado; fue un golpe horrible, se abrió el cráneo quedando al descubierto su masa encefálica; Coque pensó que no se salvó porque nunca lo volvieron a ver.

Nuestro muchachito no se salvó de la mala suerte, también gozando de un descanso nadando se le ocurre caminar en la orilla del desagüe; se resbala y en el susto se quiere lanzar a la orilla, al no alcanzarla cae pegándose en el cráneo, a unos centímetros de la oreja; lo salva un compañero de equipo, Cesar Borja, que después fue campeón olímpico. Coque perdió el conocimiento más o menos por doce horas; como quien dice, ¡Ya merito!

Hubo una temporada muy desagradable, después de un descanso de fin de semana, lo acompañaban a tomar el camión que lo conducía al internado; tenía que ir descalzo porque no tenían para unos zapatos nuevos y a estas alturas Coque sufrió la muerte de su madre y el padre ya lo había dejado. Esa semana iban a entregar zapatos choclos a los residentes del internado ¡Por primera vez en cincuenta años! Resulta que en el terreno frente a los salones de primer año en el asta bandera estaba amarrada una cuerda gruesa hasta los tinacos de agua; el montón de chavos jugaban a columpiarse agarrados de la cuerda van y vienen, van y vienen; Coque feliz reía como todos, gritos y gritos; en una de tantas fueron sacudidos tan fuerte que Coque se asustó soltándose en lo más alto de la cresta; la caída fue pavorosa, cayó sentado sobre su tobillo izquierdo golpeando en el suelo con la frente; el dolor fue horrible, todos querían sobarle la cabeza pero el gritaba ¡Mi pie, mi pie!; se le hinchó tanto que no le dieron zapatos ¡Ah Coque, ya merito, ya merito!

La adolescencia seguía su curso, de acuerdo a su edad y estatura tenía un tórax envidiable, tanto que le apodaban “Torito”; jugaba futbol en las fuerzas juveniles del “Club Necaxa”. Un domingo después de haber ganado a un equipo de categoría superior a la edad de su equipo; sucedió que llegó un amigo en una motoneta “Islo”, se la prestaron y feliz empezó a rodear el campo; había arena en la pista y de repente le sale un auto en sentido contrario; queriendo salirse del camino del auto, la moto patina y cae al suelo, por no pegarse en la cara mete las palmas de las manos; haciéndose muchas heridas pequeñas con piedritas en cada una, se llevó un barrigazo y volaron todos los botones de su camisa; eso sí al rostro no le paso nada, ¡Hay Coque, ya merito, ya merito!

¿No será Coque el niño “Chamoy”? No… no… no… no de ninguna manera. Existe un antecedente muy grueso para nuestro héroe; la persona que lo sostenía; una mujer viuda de un revolucionario, no era lo que el necesitaba, tenía sustento diario, ropa, escuela, todo lo que requería un niño de su edad, sobre todo la formación de valores; tenía todo menos afecto básico en un niño como dije, de esa edad y además huérfano.

La adolescencia siguió su curso, le gustaban las chicas bonitas, trato a varias como novias, pero resultaban vacías y tenían prisa por el matrimonio; bien dicen que “el amor no se busca, llega solo”. La vida le salió con su “domingo siete”, un domingo 7 conoció a una damita recién egresada del colegio, con dieciséis primaveras en su jardín, hermosos ojos obscuros, cara de estampa de la Virgen María, cabello caoba semi ondulado; bella y lo que le sigue. Pensaron bien, se le declaró y ¿qué creen? Le contestó que no; ¡Zúmbale! Un cubetazo de agua helada, tremenda impresión le causó ese “No” acostumbrado a que siempre le digan “Si”; la respuesta fue muy intensa y con un grito en silencio se dijo “Vas a ser mi novia claro que sí”; como un rayo en la obscuridad brillaron sus ojos; Coque, “Ya merito, ya merito”.

De acuerdo a la historia que estoy conociendo, me extraña tanto que el cortejo duró cinco años, ¡cinco años!; aquel arrebato de soberbia se convirtió en un amor de tal magnitud, que la dama fue solicitada en matrimonio. La vida matrimonial empezó a funcionar de maravilla, no hablemos de perfección; era una pareja de seres humanos con valores, gustos y metas diferentes pero eso sí, existiendo entre ellos comunicación para proponer metas en común y resolver conflictos; solo existió un detalle, uno era afectuoso y el otro lo evitaba. En una reunión con personas que se inclinan por el rito a los ángeles tratando de venderles algunas estatuillas; alguien adquirió según al Arcángel Gabriel, otro más que al Arcángel Miguel en fin, así varios de los participantes; cuando le preguntaron a la esposa de Coque que cuáles iba a comprar, ella les respondió: “No necesito, yo tengo a mi “Angelote” tomándolo de la cintura y dándole un beso en la boca pleno de amor. ¡Al fin llegaste Coque! ¡Por fin amigo mío!

Jorge Enrique Rodríguez.

30 de octubre de 2014.

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