Serían las catorce horas de un día próximo a la terminación del último semestre de su carrera de médico cirujano, una joven de más o menos veinte años de edad, pelo largo, recién cepillado, brillante y bien cuidado; vestía a la usanza de los chavos de esa época, pantalón ancho, suéter de manga larga y cuello en “V”; todo en color negro, no porta libros, solo una computadora portátil. Ella es muy bella, ojos azules, grandes y muy vivos; con la mirada fija en una artística y cantarina fuente que nos obsequiaba a los visitantes un momento de solaz y esparcimiento, pero los movimientos de sus ojos, recorriendo todo el recinto, como una reina haciéndose dueña de todo lo que veía. Llama la atención a la joven que el fluido de la fuente se detuvo sin motivo aparente, no tardando más de dos segundos escuchándose un sonido tan armonioso, dulce y de una claridad tal que parecía tener acompañamiento de diminutas campanitas de fina plata y cristal.

Horizonte de cielo y mar que mezclando el azul de sus contenidos se concentraron en dos luceros que han penetrado al fondo de mi alma, cuerpo y mente, solo escuché:

– Ven a mí por la eternidad, “Ya no somos dos, ahora somos solo uno”.

A partir de entonces, el ángel y profeta sembró la simiente de un gran amor (¿Amor?). Yo no creo en el amor a primera vista, pienso que es una admiración momentánea por algo que llamó mi atención, un comentario; tal vez el timbre de la voz, su indumentaria, sus ojos, su físico, pero no amor; esa esencia vendrá con el trato que se piense dar a esa situación.

En un viaje de negocios a la ciudad de Monterrey conocí a un ejecutivo mexicano sentado a la derecha de mi asiento, alcanzo a leer algunos de los apuntes que hacía, precisamente sobre este mismo tema; dirigiéndose a mí me preguntó:

– ¿Es usted escritor?

– Pretendo serlo.

– ¿Solo lo pretende o es de corazón su deseo? Si es esto último le voy a dar una idea que a mí me dio resultado.

– En cinco minutos aterrizamos, ¿qué le parece si comemos en el Holliday Inn?

– Ahí voy a pernoctar.

– Magnífico, ¿qué le parece a las tres en el restaurante?

– A las tres en punto.

El compañero de viaje de nombre Guillermo Salazar ya estaba en una mesa del lugar leyendo el menú; llega el escritor cinco minutos tarde y Guillermo le dice:

– Por ser la primera vez, te la paso Jorgito, para la próxima, un minuto tarde y ya no me encuentras; no te disculpes, ya pasó, te pedí wisky, ¿te gusta?

– Si pero lo prefiero derecho. (Llega el mesero solicitando la orden).

– Pide Memo.

– Soy Guillermo, por favor deseo un filete mignon con salsa de mango, término medio.

– A mí de favor pierna y costilla de cabrito de veintiún días y papa al horno rellena de humus.

Una vez ya solicitados los alimentos, brindaron por la amistad que estaba naciendo entre ellos; Guillermo rompe el silencio que empezaba a pesar. 

– ¿Así que pretendes ser escritor?

– Si estoy decidido.

– No te quedes en el deseo simple y llano; fíjate un reto.

– ¿Qué? ¿Cómo es eso?

– Mira, me caes bien y te voy a compartir mi experiencia; hace muchos años anhelaba algo, estaba acostumbrado a que cuando decía “quiero” me caía en la mano; pero una vez expresé mi deseo y me dieron un rotundo “no” me quedé impávido pensé, ¡Cómo que no, ahora verás, quieras o no vas a ser mi novia! Se trataba de una joven muy hermosa, me dije:

– Te reto Willy a que cumplas; la labor duró cinco años.

– ¡Qué aguante!

– No te imaginas todo lo que pasé; antes de seis meses, el capricho se había convertido en un amor sincero, verdadero, la ausencia del ser amado me costó lágrimas. Al tercer año logre que aceptara pero no podíamos vernos de cerca, así que opté por alquilar un apartado postal y ahí ambos depositábamos las cartas y recogíamos las respuestas.

– Escucha Willy…

– Por favor Guillermo, ¿Qué decías?

– Fue mucha paciencia.

– Tómalo como ejemplo; se pidió la mano a la antigua, once meses después me casé y ahora soy inmensamente feliz.

– Paciencia, paciencia, mucha paciencia; contra viento y marea.

– Hasta que escuchaste la voz de un ángel. (Interrumpe el estudiante).

Una vez terminada la amena comida de los nuevos amigos, cada uno se encaminó a sus actividades quedando de reunirse en la hora de la cena. Jorge el escritor, se fue atrayendo a la memoria la ocasión en que él escucho la voz del ángel diciéndole melodiosamente con campanitas de plata y cristal: “Ya no somos dos sino uno”.

Jorge Enrique Rodríguez.

3 de diciembre de 2015.