Historia de un ángel que se negaba a volar.
Como seres humanos que somos, también aspiramos a ser ángeles en potencia, todo va a depender de la forma de vivir y pensar de cada ente, y será determinante por el contenido de su espíritu.
Nuestra historia se inicia en los brazos de una madre que está alimentando a su bebé, que apenas cuenta con unos días de nacido, justo como un capullo de crisálida. La madre orgullosa y feliz contempla al ser que llevó junto a su corazón durante nueve meses, mira con arrobo los movimientos de la boquita del pequeño al succionar el líquido producido por ella misma que le dará las bases de la salud mental y física a su angelito. Le decía con gran cariño y sin aniñar la voz “Tú serás grande ante los hombres, porque yo haré que seas un buen cristiano y un gran hombre”.
Empezó a llevar sus estudios desde la pre-primaria, era un niño muy hábil e inteligente; pero para su edad, muy callado y se aislaba de sus compañeritos.
Lo inscribieron en una escuela de mayor prestigio y por supuesto de mayor calidad de enseñanza, la mamita, no dejaba de lanzarle andanadas de frases de aliento y de órdenes disfrazadas de frases amorosas, mandándole ser el mejor, que trabaje en sus clases, que haga las tareas. El niño dentro de su ya añeja intromisión, empezaba a rechazar la constante presión a veces angustiante de la madre, y su problema se convirtió en una depresión juvenil muy marcada. A pesar de su aspecto de adolescente depresivo, tenía magníficos resultados y al terminar la primaria le otorgaron una beca completa en un colegio extranjero con Campus en la Ciudad de Inglaterra.
El jovencito, ya consciente de su malestar y la madre que no dejaba de atacarlo con el estudio, ayudando a sus compañeritos aun no siendo de su grupo. Varios profesores le pedían que les ayudase como asistente en las clases inferiores, en fin, los demás niños ya le llamaban “Mi ángel”; la mayoría de los padres de familia lo apreciaban mucho. Un gran muchacho.
En este colegio cursó la preparatoria, sucedió exactamente lo mismo con la mamita, a pesar de que el joven estuvo internado y visitaba a la señora cada seis meses, para el jovencito eran insufribles estas visitas y su silencio personal se endureció. A tal grado que la despedida, en esa ocasión fue contundente:
– Mamita deme su bendición, porque no voy a volver nunca más.
Pasaron los años y el joven, convertido en un magistrado en su especialidad, en una conferencia que daba a los padres de familia, les dijo a manera de tarea:
- “Señores y señoras padres de familia, amen a sus hijos, condúzcanlos hacia la responsabilidad y cumplimiento de sus sueños, pero no los obliguen a ser perfectos, ellos encontrarán sus metas, si no, podrán perderlos en cuerpo y alma”.
Jorge Enrique Rodríguez.