Cuando un hombre activo y de buena salud, llega a la edad de 70 años y “ya no hay” trabajo para él. Se coloca frente a sus propios miedos y la “comprensión” o lástima de los seres que lo rodean.

 

Tiempo de reflexión y de revisión de los sueños, realizados o no; y algo muy importante, “Que valor se asigna el mismo como individuo capaz de hacer planes a futuro.”

 

La pregunta que se hace el propio individuo sería:

¿Quién creo que soy?

¿Quién soy realmente?

¿Estará el sol realmente al final?

 

Cruzando una empedrada callejuela en una placita de la provincia mexicana, se ve un cuerpo castigado por los años, lento su caminar y tal vez cuidando que no falseen sus tobillos; las articulaciones ya con problemas y sin hacer el menor ruido en el exterior, calzado con piel suave y suela de caucho artificial, cómo dos guantes en los pies; pero sus ojos manifiestan un torbellino en el corazón y en el pensamiento.

 

Como si se trajera un recipiente a punto de ebullición y con tapa cerrada a presión, sin poder abrirse porque se teme ser lastimado por sí mismo; con los ojos brillando de desesperación, en contraste con el paisaje cálido, majestuoso, ostentándose el astro rey y luchando para alcanzar la paz de la conciencia tranquila por haber cumplido con el quehacer del día y tal vez de la vida entera.

 

Entregado al descanso nocturno, dando paso a la hermosísima Selene plateada, enorme, mostrando una indescriptible tristeza por la dolorosa incursión del hombre pisoteando su virginal superficie.

 

Con la tranquilidad del deber cumplido y con una esperanza infinita en los proyectos a futuro, incongruencia aparente por tratase de un individuo de su edad, él dice, no… le grita:

¡Hay muchas cosas que hacer!

 

La vida presenta muchas alternativas, nos pone infinidad de obstáculos que vencer y es la entereza de los individuos quien los vence o se deja vencer. No hay poder humano que se lo impida, excepto una cosa, la indiferencia y la apatía propias.

 

En nuestro hombre sin embargo, hay una sombra que siendo intangible le pesa como una roca enorme, existe algo que le impide sonreír con plenitud, no ha dejado ver si es algo físico o algún pensamiento inhóspito que le esté impidiendo plena tranquilidad. Inesperadamente el hombre se levanta y el brillo de sus ojos nos anuncia que algo sucede. Sin pérdida de tiempo y con una velocidad no propia de su condición, se dirige a su habitación, impecable en su arreglo, limpia, ordenada y con un ramo de flores de su propio jardín.

 

Se sienta frente a su computadora y hace algunas digitaciones y exclama lleno de júbilo:

– Amigo, tú no me puedes fallar, me prometiste que cuando yo te llamara, llegarías al momento.

 

Nuestro personaje, vamos a llamarlo “Héctor”, después de estar buscando en sus archivos, una vez que localizó lo que deseaba y varias horas después se retiró a descansar.

 

Al día siguiente estaba como de costumbre sentado frente al océano, contemplando el camino de pequeñas y empedradas callejuelas que conducen a la playa y la mirada fija en el color naranja brillante del amanecer en el horizonte, en el centro del sol, se inicia un brillo intenso y penetrante, creciendo cada momento más y más hasta alcanzar la estatura de un hombre normal, tomando las facciones de una imagen, con expresión de incredulidad y de sorpresa.

¡Héctor! Exclama la figura que se aproxima.

– ¡Alejandro! ¡Sabía que no me dejarías solo!

– ¿Qué ha sido de tu vida?

– He estado tan desorientado, tan lleno de cosas que no sé qué son; he llegado a pensar que Dios es injusto conmigo; pero yo mismo trato de convencerme que no debo cuestionar a mi Poder Superior.

– Querido Héctor, ya sabes cuál es el motivo de tus problemas; siempre por falta de tiempo de tu parte, por falta de ganas de tu parte, yo no llegué por lo visto, hoy si te urge verme porque recibí el llamado, pero… tu conciencia no despertó hasta hace un momento, y aquí estoy.

 

Héctor, se quedó como si fuera una estatua, tan pálido que parecía de cristal transparente. Sentándose, con la calma de su edad y su condición de individuo que voluntariamente se está dejando vencer por su propia incertidumbre.

– Alejandro, permíteme que absorba tu esencia y me ubique en tu inesperada llegada, pensé que ya no vendrías a mí. Deja que me convenza que tu presencia es el complemento que esperaba para estabilizar mi realidad, ¿Estás dispuesto a levantarme?

– A levantarte no Héctor, a que tú te levantes por ti mismo; acuérdate que yo no te voy a cargar, no puedo, soy intangible, solo existo en ti. Nadie que no seas tú me puede ver.

– Lo sé Alejandro, lo sé, estoy a punto de romper con mi realidad y refugiarme en donde nadie me cuestione, que nadie me pregunte el por qué hice o no tal o cual cosa, en fin no sé. Quisiera que todo se acabara.

 

Alejandro, con toda razón se dirige en tal forma a Héctor; porque él es efectivamente la conciencia de Héctor quien se encuentra con un enorme desorden emocional, ya que no ha podido aceptar la realidad de haber llegado a la década de los setentas; acompáñenme a investigar por qué.

 

Parado frente al mar, como contemplando el horizonte y comparando la inmensidad del mar; nuestra imagen a una distancia considerable pero contundente; toma la palabra:

– No vamos a escuchar nada más que tus pensamientos, sentimientos y necesidades, ¿Lo aceptas así? Trata de recordar tu vida desde lo más cerca posible de tu nacimiento, que yo de todo corazón te voy a escuchar. Lo que está pasando amigo Héctor, es que no tenemos un plan de trabajo y no sabemos por dónde empezar, estas como dirías tú mismo “Hecho bolas”; con mi imagen que te rodea con los recuerdos dolorosos y momentos alegres de ayer, hoy y toda la vida. ¿Qué te parece si empiezas a decirme lo del presente que tengas en ti mismo? Yo solo te interrumpiré si necesito alguna explicación más detallada.

– Me parece lo mejor. No me extraña en ti, vamos a empezar, aunque no esperes que lo haga con mucho entusiasmo, estoy luchando contra eso que me ha vencido tantas veces, pero ahora estás conmigo y confío en que me ayudes a salir.

Héctor con mucho miedo prosigue:

– No recuerdo la figura de mi madre, sólo muy vagamente, como si alguien me lo hubiera contado en un sueño. Una persona adulta de pelo gris ojos claros y peinada de tranza, oriunda de Michoacán; mi abuela, cargaba algo que alguien calificó de “feto”, delgado pelo ensortijado, casi rubio, ojos de color indefinible, tenían sombras de muerte, la señora oraba inconsolable, el niño, no tenía idea de cuál era el contenido de esa plática. Solo escuchaba que su madre había sido una mujer valiente que tuvo serios motivos para dejar la casa del padre de la criatura; motivos que no le contaron al niño debido a su corta edad, y desgraciadamente la abuela michoacana se llevó a la tumba el secreto.

Héctor continúa narrando su historia ya en la escuela.

ONCE AÑOS DESPUÉS

– Después de perder la beca, salí del colegio militarizado “Rafael Dondé”. Como no tenía algo planeado, desempeñé varias actividades tales como hacer mandados a los vecinos, cargar canastas en el mercado, hacer la limpieza en las casas y estuve de planta en una editorial, sitio donde me nació el gusto de coleccionar timbres postales, ahí se recibía gran cantidad de correspondencia de muchos países; vendí chicles en la calle, eran de marca Adam’s y los vendía a 2 x 5 centímetros, con ese dinero, ahorré y pagaba las mensualidades de los primeros estudios administrativos como secretario. Pasando esta racha de no establecer una ruta fija, por diferentes circunstancias y carencias económicas que me impedían desarrollarme correctamente y como me vi obligado a trabajar, ingresé en una oficina, como archivista; me convertí en un sujeto autodidacta, mi meta era algún día graduarme como contador público.

– Sigue Héctor, sigue.

– No fue fácil mi desarrollo, pasaron los años y a pesar de no ser titulado, fui jefe de la sección de finanzas, tenía cuatro contadores públicos como mis asistentes. El período de mi vida personal, fue excelente, llegué a contar con seis hijos, cuatro mujeres y dos varones. Era una familia normal como muchas en la actualidad, con rebeldías, drogas y tantas cosas; todo parecía ser como una familia feliz.

A la llegada del siglo XXI todo parece cambiar, nuestro personaje llega a ser un pensionado; pero lo peor es que empieza a padecer de agudeza visual, los médicos anuncian que no hay remedio y cada vez aumentaba el problema; es decir perdería la vista paulatinamente hasta llegar a la sombra total.

¿Merece este hombre encontrar sus ojos DETRÁS DEL SOL?

 

Jorge Enrique Rodríguez.

22 de enero de 2009.

https://www.facebook.com/enriquegarzaescritor/