En la banca del jardín colonial de Zinacantepec en el Estado de México, estaba un anciano vestido con andrajos y calzado que en vez de zapatos parecían chanclas por lo destruidos que ya estaban; llevaba varias bolsas con triques que sería difícil saber que había en cada una de ellas; todo un desastre, pedazos de trapos que salían por un lado y por otro.
Le hacía falta un buen baño, ropa limpia calzado en buen estado y deshacerse de todo lo que no le sirve. Dirigía su mirada hacia el cielo que lucía un azul primoroso, limpio de nubes, sintiendo sobre el rostro el toque del viento muy suave y cálido; seguramente pensaba en estar gozando de un gran banquete en algún bello restaurante.
El ruido del tráfico era ensordecedor, por el lado norte pasaba el metrobus, por las calles laterales solo pasaban autos particulares y bicicletas; el ruido como mencioné antes era muy desagradable, le agregamos que a un lado del anciano se encontraban varios tambos con basura, así como ramas y hojas del jardín, la vista también no era muy agradable.
En un determinado momento se escuchó una gran algarabía, un silbato de policía y el grito de una mujer ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Deténgalo! Al mismo tiempo pasó corriendo un chavo, desesperado y sin pensarlo al ver los tambos de basura, se lanzó dentro de uno de ellos y cubriéndose con la basura; llegó el policía se detuvo frente al viejo, lo miró, volteó para todos lados y haciendo sonar su silbato continuó corriendo. ¡Deténgalo! ¡Deténgalo! Gritaba sin dejar de correr.
El anciano termino de comer el pedazo de torta que le quedaba, se sacudió las barbas y doblando cuidadosamente el papel en que estaba envuelta, lo guardó en una de sus múltiples bolsas de triques. De vez en cuando volteaba hacia los tambos de basura y esparcía su vista por la avenida y a los pasillos del jardín como buscando a alguien; aparentemente ya nadie busca al chavo que corría; de repente escucha un ruido y un quejido y habló suavemente: “Ya puedes salir, ya nadie te busca chamaco”.
Con gran esfuerzo el chavo salió del tambo, sacudiéndose la cabeza, las manos y la ropa diciéndole:
– Gracias ruco, me alivianaste un buen.
– ¿En qué andas metido chamaco? ¿Por qué te sigue la tira?
– Le “birlé” su bolsa a una ñora, pero la perdí en la carrera.
– Mira chavo, siéntate, vamos a platicar ¿Cómo te llamas?
– Me dicen “Checo”, mi nombre es Sergio.
– ¿Tus apellidos y tus padres?
– Nunca los veo, los dos trabajan dos turnos siempre estoy solo; si ellos me ignoran ¿Por qué he de honrar sus apellidos?
– ¿A poco tampoco vas a la escuela?
– Tenía muy buenas calificaciones, pero al notar su indiferencia; aventé todo al carajo; solo voy a mi casa a comer algo, dormir y cambiarme; la chacha me quiere mucho y me hace el paro.
– No seas tarugo (Dándole un zape en la cabeza), si eres inteligente sigue estudiando, porque la ruta que llevas no te va a llevar a ningún lado; hazlo por ti mismo, por nadie más.
– ¿Para qué? ¿Qué salgo ganando?
– ¡Dignidad! ¿Te parece poco?
– Tú ¿no vales la pena?
– Siéntate, te voy a contar una historia, quizá te sirva de algo; no es un sermón yo no soy nadie para eso.
– Ya esto harto de rollos.
– Escúchame chamaco, la historia que te voy a contar es la de Cosme Ramos; si te fastidio no me digas nada, solo párate y vete.
– Va, va, va.
– Bien como te decía Cosme Ramos; éste era un chavo así como tú, bueno tal vez no tan inteligente pero si muy dedicado a sus estudios, también tenía buenas calificaciones, pero bueno ya sabes que no falta el “buen amigo” que lo involucró en el mundo del “cristal” ¿Sabes de que se trata? (“Checo” contesta negando con la cabeza); sin saber a ciencia cierta de que se trataba acepto y se metió un cristal; (En ese momento el viejo dio un profundo suspiro y se limpió la nariz); el resultado fue una sorpresa lo que experimentó, no sentía cansancio, sentía muchas ganas de hacer cosas, pero cuando pasó el efecto se sentía morir; eso fue suficiente para ingerir otra y poco a poco se aficiono al consumo del cristal así como a consumir “chelas”; no tienes una idea hasta donde llegó Cosme. En este punto “El Checo” se levanta y se va sin decir nada.
El viejo empieza a recoger sus triques y bolsas, hace una bola de papeles y un paquetito con cáscaras de frutas que le regalaron en la tienda de la esquina. Pasaron cinco semanas sin saber nada del “Checo”, ya estaba inquieto preguntándose qué habrá pasado; ese mismo día cuando el viejo llegó a su banca favorita del jardín, con sorpresa ve que ahí está el “Checo” esperándole.
– Quiúbole Checo, ¿Dónde andabas?
– Estuve en el reclusorio treinta días, pues nos pescaron en un antro comprando mota y chochos; un muerto y quince chavos; identificaron a dos que son narcos pero nos pepenaron a todos; yo salí por que el juez es mi maestro en la prepa y me dio la mano; me sugirió que estuviera en su casa todo el mes para que no hubiera bronca con los demás.
– ¡Qué barbaridad! ¿Vez lo que se gana con esa vida?
– ¿Va a empezar?
– ¿Ya almorzaste? ¿No? Siéntate, mira me dieron un pollo rostizado, frio pero que le hace.
– Oye abuelo ¿Estuviste en chirona alguna vez o varias?
– Mira vamos a seguir platicando lo que empezamos la vez pasada.
– Te escucho abuelo.
– Como te decía, Cosme se aficionó tanto a las drogas que fue cayendo poco a poco en la falta de dinero; le propusieron que para pagar le darían a vender y de ahí ganaría para pagar su deuda, porque ya lo habían amenazado de muerte por la falta de pago. Cosme se enrolo en el negocio y fue metiéndose cada vez más y más; se convirtió en la mano derecha del mero jefe; ese fulano de muy mala memoria en un pasón violó a la novia de Cosme y se encolerizó tanto que en un arranque de coraje y como venganza Cosme mato al “Chicarcas”, jefe de la banda a la cual pertenecía. La misma novia lo delató y lo apresaron; ésta se quedó con el dinero y las pocas propiedades que había logrado Cosme, le dieron veinticinco años y perdió todo, familia, novia, propiedades, dinero, ¡Todo!
El viejo estrepitosamente limpia su nariz y se seca las lágrimas que corren por su arrugado rostro.
– ¿Qué te pasa abuelo? ¿Por qué lloras? Ahora entiendo lo que me quieres decir, te aseguro que este relato será el modelo de mi vida en el futuro; te prometo que voy a cambiar; a propósito abuelo, no me has dicho cómo te llamas.
Después de un largo silencio interrumpido por los motores de los autos y los silbidos de los policías de tránsito; esbozando un profundo y muy sentido suspiro el viejo exclama:
– ¡Cosme Ramos! para servirte.
Jorge Enrique Rodríguez.
14 de septiembre de 2014.